(Por: Idalia Portillo)
Sentado en la terraza de tu apartamento, contemplas fijamente tus plantas coloridas, de las que te enorgullecías hace unos meses. Suavemente una brisa fría recorre tu rostro y un brochazo de melancolía se interna en tu mente.
Con tu cabello alborotado, el ceño fruncido y tu cara recostada sobre tu puño, levantas tu mirada a los edificios cercanos, ¿Qué estás pensando?
Con tu cabello alborotado, el ceño fruncido y tu cara recostada sobre tu puño, levantas tu mirada a los edificios cercanos, ¿Qué estás pensando?
Te has quitado los anteojos esta tarde, se ha escondido el sol y el cielo parece que se ha tornado más azul, otra noche más y vas perdiendo la noción de los días.
Tu padre ha muerto hace apenas unos meses y sientes que ha pasado tanto tiempo desde entonces, te culpas por comenzar a olvidarle tan pronto.
Suspiras, vas a preparar algo para cenar y un flash repentino la trae a tu memoria, te quedas inmóvil. Quisieras que ella estuviera contigo, así como sus gestos y su olor aún están contigo, ¿sería desconsiderado decirle que la extrañas?, ella es tan joven, tan diferente y lejana.
¿Realmente la extraño?, piensas. La pregunta hace eco en tu mente.
Salen las estrellas, pero las ves con indiferencia. Traes a tu mente su voz que susurra tu nombre, como una dulce y apagada caricia.
No la amo, estoy enloqueciendo, te dices. Solo es la brutal y armoniosa soledad de una noche cotidiana, que te vuelve dependiente de su recuerdo y te ha hecho distante, ya no sabes cómo regresar a ella.
Estás solo y esta vez te duele.
Ya es hora de entrar, pero parece más frío adentro.

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